Desde luego, no deberá sorprendernos la simple solución de los arqueólogos para el “dragón que escupe fuego”. De hecho, otro buen ejemplo en este sentido ya lo habían dado los glosadores bíblicos, para quienes el Leviatán, aquel supuesto monstruo del caos primitivo, era también, ¡cómo no!, un cocodrilo…
Vale la pena recordar ahora cómo se lo describe en la Biblia, en Job 41:
(6) “Su cuerpo es como los escudos fundidos de bronce y está apiñado de escamas entre sí apretadas”.
(9) “Sus estornudos relampaguean luz, y sus ojos son como los arreboles de la aurora”
(10) “De su boca salen llamas como de tizones encendidos”.
(11) “Sus narices arrojan humo como la olla hirviente entre llamas”
(12) “Su aliento enciende los carbones, y su boca despide llamaradas”
(14) “Los miembros de su cuerpo están perfectamente unidos entre sí, caerán rayos sobre él, mas no se moverá de su sitio”
(17) “Si alguno quiere embestirlo, no sirve contra él espada, ni lanza, ni coraza”.
(18) “Pues el hierro es para él como paja, y el bronce como leño podrido”.
(19) “La flecha no le hará huir; para él las piedras de la honda son hojarasca”.
(21) “Debajo de él quedarán los rayos del Sol, y andará por encima del oro como sobre lodo”.
(22) “Hará hervir el mar profundo como una olla, y hará que se parezca al caldero de ungüento cuando hierve a borbollones”.
(23) “Deja en pos de sí un sendero reluciente, y hace que el mar tome el color canoso de la vejez”.
(24) “No hay poder sobre la Tierra que pueda comparársele, pues fue creado para no tener temor a nadie”.
¿Cocodrilo? Con toda seguridad, si así fueran los cocodrilos nadie se hubiera atrevido nunca a hacer con ellos zapatos y carteras…
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